Olég Pospelov

Nacida en Leningrado en 1975, estudié en el Instituto Estatal de Teatro de San Petersburgo en el Departamento de Estudios Teatrales, desde 1999 trabajo como diseñadora gráfica. En 2014 me trasladé a Tenerife, España. Empecé a dibujar en 2023.

Mi hija tenía una colección muy extraña cuando tenía 6 o 7 años. Trozos de papel, cupones de la compra arrugados, guantes desechables del supermercado, vasos de cartón de las palomitas del cine, servilletas de los cafés, piedras indistinguibles de cada viaje a la playa, hojas y palos de cada paseo por el bosque.

Y un sinfín de artefactos por el estilo. Tirar basura descarada -en opinión de un adulto- no estaba permitido. Las cosas repetitivas eran únicas y especiales para ella. Curiosamente, en algún momento este almacenamiento de todo lo intrascendente llegó al absurdo - había un olor sospechoso en el cuarto de los niños: resultó que la memoria también se honraba con trozos de comida sin comer - migas de tartas, manzana mordida, palomitas arrugadas. Para esta parte de la colección, tuvimos que buscar otro formato de almacenamiento: las fotos. Y nuestras galerías telefónicas se llenaron de bodegones.

La colección, o más bien anticolección, de mi hija era a la vez sentimental y dura: no eran cosas "memorables" cuya belleza curtida acabaría adquiriendo valor nostálgico, sino cosas condenadas al olvido, impersonales, innecesarias, accidentales. El tipo de cosas que son la mayoría de las personas.

Se cree que a esta edad los niños empiezan a darse cuenta de la finitud de la existencia, de la no eternidad de todas las cosas. Probablemente, este guardar lo insignificante era para ella una forma de luchar contra el miedo en ese momento. El miedo a que todo lo que ves desaparezca un día para siempre. Es una etapa importante y necesaria del crecimiento por la que hay que pasar. Y lo ideal es aceptar la idea de la finitud de la vida y encontrar otros significados y valores. En aquel momento, esta colección, es decir, lo que vi en ella, me encantó y me causó simpatía al mismo tiempo. Ni que decir tiene que uno tiene que pasar por cosas así muchas veces en la vida. Las crisis personales son ecos y repeticiones de aquel primer encuentro con las propias limitaciones y la impotencia frente a la injusticia del orden mundial.

Y en los dos últimos años, lo que ha estado ocurriendo en el mundo y en mi país me ha devuelto -y sé que no sólo a mí, sino a muchos de nosotros- a ese estado inicial de impotencia infantil ante el absurdo y la crueldad de lo que es más fuerte que tú.

De un modo extraño, estas dolorosas experiencias acabaron por devolverme a mis raíces, a mis antiguas formas "infantiles" de luchar contra ellas: a la creatividad. Porque lo único que podemos hacer para contrarrestar el caos y la destrucción es crear. Empecé a dibujar como en mi infancia - sin mirar atrás ni reflexionar - durante horas, dibujando no algo concreto, sino simplemente dibujando - para ser, para estar en el estado de dibujar. Sumergirse en ello. Poco a poco, el conjunto de herramientas y técnicas empezó a ampliarse: collage, experimentos químicos (¡otra pasión de la infancia!), interacción de colores y papel, con cualquier cosa. La condición principal es que esta interacción dé lugar a un nuevo significado, a una nueva historia.

Yodo, tinta, pompas de jabón, pegamento, óxido: elementos aleatorios, no del todo independientes, como los de la colección de mi hija. Individualmente y por sí mismos, en el mejor de los casos cumplen su simple función, un propósito sencillo alejado del arte. Sin embargo, dio la casualidad de que la búsqueda de mi propio lenguaje me condujo a ellos. Porque resulta que sigo negándome a aceptar la idea de la finitud de la existencia si ello significa humildad y la toma de conciencia de los límites y fronteras de lo posible. Porque esa humildad significa dividir todas las cosas en importantes y no importantes, útiles e inútiles, valiosas y basura. Y eso sería demasiado fácil, ¿no?

Creo que todo lo que recuerdas, lo que sientes, lo que notas y lo que no notas -especialmente lo que no notas- es importante. Cada minuto de tiempo es importante; no tiene precio. A menudo hablamos de él con pesar mecánico. En efecto, qué le vamos a hacer: en el juego del tiempo todos perderemos.

Pero, afortunadamente, la lucha no es la única manera de existir. Ensamblar un nuevo patrón a partir de fragmentos del pasado y del presente, del pasado y de lo inédito, es mi forma de expresar la insondable complejidad de este mundo y de captar la belleza que ayuda a que esa complejidad perdure.



art by oleg pospelov
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Tilda